La expresión de la confianza
En los seres humanos, las actitudes y disposiciones afectivas tienden a expresarse y comunicarse, y determinan posiciones corporales que las traducen. Ente ellas, la confianza suele ser una actitud permanente y un rasgo de carácter que muestra con qué grado de proximidad afectiva experimentamos al prójimo. Posee sus grados y variaciones y, por tanto, genera sus formas posturales correspondientes.
Esto ha hecho que los sociólogos intentaran medir tales variaciones con lo que llamaron distancia social. Y así distinguieron:
a) Distancia íntima: es la distancia menor de medio metro y en general supone un vínculo emocional de mucha confianza Es la zona de los amigos, las parejas, la familia, etc.
b) Distanciapersonal: de algo más de un metro. Es la propia de conversaciones amistosas o de trabajo, de reuniones o fiestas… Si estiramos el brazo, llegamos a tocar la persona con la que estamos manteniendo la conversación.
c) Distancia social: se da entre un metro y medio y tres metros. Es la distancia que nos separa de los extraños.
d) Distancia pública: se da cuando es mayor de tres metros. Es la idónea para dirigirse a un grupo de personas. El tono de voz es alto y es la que se utiliza en las conferencias o charlas.
Habitualmente, guardar tres metros de distancia con quien estamos interactuando se considera excesivo y colocarse a menos de metro y medio de alguien a quien acabamos de conocer suele parecer atrevido y generar una situación incómoda. Pero los criterios suelen ser flexibles. De todos modos, lo cierto es que podemos estimar la confianza que otra persona tiene para con nosotros a través de la distancia social.
Esta incluye dos dimensiones: una corporal (a qué distancia material y concreta se ubican las personas en su vida social); y otra: emocional (con qué grado de disponibilidad afectiva me dispongo internamente respecto de los otros).
Estas dos dimensiones se complementan. Más aún: se requieren mutuamente, constituyendo un fenómeno cultural de profunda significación. Por lo común, a mayor cercanía afectiva menor distancia social, y viceversa. Pero esta realidad adquiere en los hechos una vasta complejidad. Por ejemplo: puede haber proximidad corporal pero no cercanía afectiva, puede darse una pronunciada distancia corporal y sin embargo una fuerte atracción emocional y resonancia afectiva…
Allí desfilan un número incontable de vivencias humanas: tanto el amor, el compromiso, la sinceridad, la fidelidad, la ternura, la compasión… como la traición el rencor, la frialdad, la venganza, la impulsividad… La lista no tiene fin. Allí están comprometidos todos los sentidos y todas las funciones anímicas. En síntesis: allí juegan “estar con el cuerpo” y “estar con el alma”.
El olfato y el inconsciente
Un hecho que comprueba cómo en la distancia social se comprometen vastas esferas de la personalidad y se vinculan aspectos sensoriales y corporales es la intervención del sentido del olfato. Los que durante la pandemia atravesaron un problema de anosmia pudieron comprobar que todos estamos recibiendo datos del sentido del olfato en forma permanente, que pasan por debajo del nivel conciente pero tienen sus efectos en nuestro comportamiento.
Sin embargo, no se suele atender a su importante papel y a sus profusas implicancias psicológicas.
El olfato es un sentido básico, que detecta compuestos químicos en el ambiente y que funciona a distancias mucho más largas que el sentido del gusto. Su proceso sigue más o menos estos pasos:
Las moléculas del olor que están flotando en el aire llegan a las fosas nasales y allí las células receptoras del epitelio olfatorio son capaces de detectar miles de olores diferentes. Esta información se trasmite a centros cuyas neuronas en realidad son parte del cerebro, donde se elaboran emociones, memorias y pensamientos. Por tanto, los olores son vinculados con recuerdos y experiencias de todo tipo, en buena parte inconcientes pero que desde allí juegan un importante papel en la determinación de las conductas.
“Nuestro sentido del olfato es 10.000 veces más sensible que cualquier otro de nuestros sentidos y el reconocimiento del olor es inmediato. Otros sentidos similares, como el tacto y el gusto deben viajar por el cuerpo a través de las neuronas y la espina dorsal antes de llegar al cerebro, mientras que la respuesta olfatoria es inmediata y se extiende directamente al cerebro. Este es el único lugar donde nuestro sistema nervioso central está directamente expuesto al ambiente.” (von Have, Serene Aromatherapy). Ahora sabemos que todos estos ámbitos están relacionados. El bulbo olfatorio pertenece al sistema límbico, conjunto cerebral que maneja las respuestas instintivas o automáticas ajenas a los pensamientos concientes o a la voluntad, y se relaciona con las vivencias de la ansiedad, las motivaciones y las reacciones fisiológicas del sistema endocrino. De ahí su profunda importancia en el área inconciente.
No vamos a dejarnos arrastrar por el espinoso debate sobre las feromonas, pero sí debe quedar bien claro que las asociaciones emocionales y los recuerdos relacionados con los olores juegan en las conductas de cercanía y de distancia social un papel fundamental, tanto más importante cuanto menos percibidas concientemente.
Y aquí la respuesta a la pregunta inevitable: es obvio que el tapabocas no anula las percepciones olfatorias; y el barbijo las dificulta pero no las extingue, con la cual pueden seguir manteniendo su influencia.
El hombre está hecho para el encuentro
Si hablamos de distancia social estamos señalando implícitamente, en la condición humana, la presencia natural e impostergable de la tendencia a la cercanía. El ser humano está hecho para ésta y podemos decir que así como vive dentro del sistema de “la gravitación de los cuerpos” (Newton) su existencia se incluye también dentro del de “la gravitación de las almas”. Todas las cosas se atraen.
Pero en un mundo que reclama todo rápido y fácil, inquieto y ansioso, consumista y superficial, de individuos que pasan y se entrecruzan, hay poco espacio para la cercanía. Ella requiere atención al otro, amplitud de miras, serenidad, apertura de corazón, capacidad de comprensión, de ternura y misericordia, difíciles de encontrar dentro de una cultura individualista y deshumanizada. Donde hay apuro no puede haber afecto.
De modo que las relaciones humanas se van haciendo cada vez más indiferentes, donde lo virtual, mecanizado y formal, va desplazando a lo presencial. De un mundo humano se va convirtiendo en un mundo artificial.
La sociedad moderna necesita una recuperación de la cercanía, y en ella resultan puntos esenciales a atender con especial cuidado: la proximidad de los padres respecto de los hijos, porque está en crisis la familia; y de los poderosos hacia los humildes, porque la dictadura del capitalismo financiero es la desgracia del mundo.
Por otro lado, las modalidades de proximidad muchas veces están determinadas por rasgos caracterológicos. Los histéricos frecuentemente buscan una aproximación tratando de agradar, hacer un buen papel y seducir, pero cuando la situación se vuelve cercana se retraen y se alejan, hasta la siguiente búsqueda de cercanía… Los fóbicos, por su parte, no pueden con su timidez y son eternos retraídos. A su vez, los obsesivos tienden a mantener la distancia, con su desconfianza paranoide y su trato frío. Pero lo más peligroso son las aproximaciones falsas que buscan seducir, engañar e instrumentar al otro. De modo que debemos estar prontos para desconfiar de las personas demasiado solícitas, que enseguida palmean la espalda o los hombros del interlocutor, lo tocan fácilmente o con gestos excesivos no mantienen la distancia y se acercan demasiado: suelen esconder manejos psicopáticos.
Asimismo, un tema que no podemos desconocer es que la cercanía tiene su vehículo fundamental de comunicación: la conversación. Esta es una modalidad de diálogo informal, cuyo objetivo es el encuentro mismo, sin agenda temática, cuyo único requerimiento es que los integrantes estén juntos y se dispongan a “mantener una conversación”, al modo de un encuentro entre amigos, una “charla de café”, etc.
La conversación ofrece ventajas inapreciables como instrumento de encuentro y de convergencia, y es una forma nada desdeñable de acercamiento y mutua comprensión. Ya el estar juntos genera vínculos, porque hace que se cumpla el principio básico de la teoría de la comunicación: es imposible no comunicar; y lo hacemos, aun sin darnos cuenta, con nuestra presencia, gestos, actitudes…. Y así se desarticulan errores y prejuicios. Uno no sigue siendo exactamente el mismo luego de una conversación: siempre algo ha entrado en mi mundo, algo me aportó, aunque yo no sea conciente de ello. Por tal motivo, el Premio Nobel de Economía Amartya Sen abraza la convicción de ser justamente la conversación el camino para el entendimiento entre culturas diferentes y la unión de los pueblos.
Por otro lado, la cercanía y la conversación tienen su dimensión cultural. Ellas parecen más extendidas entre los niveles más humildes, y a medida que se asciende en la escala socioeconómica y cultural se suelen ir perdiendo, sometidas a la influencia del mundo del individualismo, la globalización consumista y la tecnocracia. Al parecer, los de abajo pueden permitirse acercarse y conversar; los de arriba no, no tienen tiempo. Y en el plano espiritual es de señalar que toda religión monoteísta postula un Dios Creador de todas las cosas y Omnisciente, lo cual implica Omnipresente, es decir: esencialmente cercano. Por su parte, en los textos de la tradición judía el pueblo se gloría de tener un Dios más próximo que los dioses de las otras naciones y que “está cerca de nosotros siempre que lo invocamos” (Deut 4.7).
Y en el pensamiento cristiano, centrado en la persona de Cristo, al ser Dios hecho hombre y pronto a la misericordia, la cercanía adquiere su expresión más acabada. Esa fe se sostiene en la promesa con la que se cierra el Evangelio de Mateo: “ Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo0 “ (Mt 28.20)
El hombre está hecho para la cercanía y la conversación. Los seres humanos no somos islas y nuestra vida es esencialmente vincular. Con la cercanía estamos ante el misterio del encuentro, del enamoramiento y de la atracción humana. Y el individualismo vigente hace peligrar esa proximidad, con una progresiva deshumanización de los vínculos.
Al mismo tiempo, sería insensato desatender a la vía de la “conversación”, humilde en su apariencia, sabia en su concepción y profunda en su eficacia. El estar juntos y trabajar juntos es el mejor camino para el conocimiento mutuo y para la construcción de la unidad y de la paz. Y en la cercanía y la conversación está la salvación del mundo.