La Navidad guarda muchas similitudes con las Saturnales, unas fiestas de origen pagano que celebraban los romanos en honor a Saturno, el dios de la agricultura y la cosecha entre el 17 y el 23 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno, el período más oscuro del año, cuando el Sol sale más tarde y se pone más pronto. Como durante las actuales festividades de Navidad, los romanos, visitaban a sus familiares y amigos, intercambiaban regalos y celebraban grandes banquetes públicos. Durante aquellas fiestas, que se prolongaban durante siete días, los esclavos gozaban de una gran permisividad pudiendo vestir las ropas de sus señores y ser atendidos por estos sin recibir castigo alguno.
Cada 25 de diciembre, los romanos celebraban asimismo el Natalis Solis Invicti, asociada con el nacimiento del dios Apolo y el solsticio de invierno al que los romanos llamaron bruma. Cuando Julio César introdujo su calendario en el año 45 a.C., el 25 de diciembre se ubicó entre los días 21 y 22 de diciembre de nuestro calendario Gregoriano. Finalmente, de esta festividad se tomó la idea de adoptar el 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Cristo.
Los antecedentes de la Navidad actual habría que situarlos entre los años 320-353 d.C., durante el mandato del papa Julio I, cuando finalmente se determinó celebrarla el 25 de diciembre, a pesar de la creencia de que Jesucristo nació durante la primavera, quizá con la intención de convertir a los paganos romanos en cristianos. Posteriormente, en el año 440 d.C., el papa León Magno estableció esta fecha para la conmemoración de la Natividad y en 529 el emperador Justiniano la declaró oficialmente festividad del Imperio.