Si cargas con la mochila de tu hijo a la salida del colegio, si tu crío tiene agenda de ministro, si no se aburre nunca, si te provoca ansiedad convertirle en el próximo Messi o Mozart es más que probable que seas un padre o madre helicóptero y hayas caído en las garras de la hiperpaternidad, un fenómeno importado de EEUU y estudiado en profundidad por la periodista Eva Millet, autora de libros como ‘Hiperpaternidad’, ‘Hiperniños. ¿Hijos perfectos o hipohijos?’ y ‘Niños, adolescentes y ansiedad’ (editados por Plataforma Actual).
Hay madres que
atan las zapatillas a sus hijos de 10 años. ¿También son hipermadres?
Sí, un claro ejemplo, como el de cargar con las mochilas cuando salen de la
escuela. La hiperpaternidad es curiosa porque, por una parte, se esperan
grandes cosas del niño, pero las más normales no las hacen. A los seis años
saben esquiar pero no se atan las zapatillas. O hablan chino pero son incapaces
de decir buenos días al entrar en un sitio. El tema de la mochila es un
clásico. Hoy los padres somos sherpas y cargamos con la de nuestros hijos.
La deben llevar ellos. Es su mochila, su responsabilidad.
La generación
EGB se acostumbró a que sus padres no les hicieran demasiado caso. ¿En qué
momento hemos pasado de los ‘niños mueble’ a los ‘niños altar’?
Por varios factores. El primero, el demográfico. La media de hijos en España es
de 1,3. Se tienen a una edad más tardía y ha habido tiempo de planear cómo será
ese hijo. Nos hemos profesionalizado como padres y madres. En la
hiperpaternidad se importan herramientas del mundo laboral a la crianza. Es
decir, algo que es natural lo hemos profesionalizado y es un trabajo a tiempo
completo. El segundo motivo es que hay una oferta brutal para hacer de tu hijo
lo que tú quieras. Te acabas metiendo en una rueda porque parece que si no le
ofreces todos estos ‘inputs’ el niño no triunfará. Eso provoca mucha ansiedad.
Pero estamos
delante de la generación de padres y madres con menos tiempo de la historia.
No diría eso. Yo diría que somos la generación con menos tiempo tranquilo. Hoy
los padres dedican más tiempo a su prole que nunca. Pero esas horas se dedican
siempre a hacer muchas cosas. Madeline Levine, divulgadora americana, afirma
que la crianza se ha convertido en un campo de entrenamiento. Eso de estar
en casa una tarde de sábado sin hacer nada queda mal. No tener tiempo libre y
que tu agenda esté llena de cosas se ha convertido en un símbolo de estatus.
¿Cómo evitar la
hiperpaternidad o la hipermaternidad?
Permite que tu prole se aburra un rato y deja de ser su animador o animadora
socio cultural. Que tu hijo espabile y juegue con sus juguetes. Nunca han
tenido tantos y, sin embargo, carecen de tiempo. Los menores cada vez juegan
menos, el día no les da tanto de sí. Jugar es un derecho, que no se nos olvide.
Es fundamental para el desarrollo infantil. Los padres, sin embargo, nos
sentimos culpables si se aburren diez minutos. Aburrirse es sano.
“Hoy nos
preparamos el examen”, “mañana tenemos piscina”. Utilizar
el plural es otro síntoma de hiperpaternidad o hipermaternidad.
Es una de sus características. La comunión con los hijos es tal que hablamos en
plural. Intentemos distanciarnos. Ellos son ellos. Y nosotros, nosotros.
Hablando de
agendas de ministros, la actual lista de extraescolares es colosal.
A veces es la única posibilidad que tenemos de compaginar nuestra vida familiar
con la laboral. La conciliación, o la falta de ella, es un tema del que
deberíamos hablar. Pero es cierto que hay un abuso de las extraescolares, que,
además, cada vez se practican antes. El motivo son los neuromitos educativos
que circulan entre los nuevos padres. Esas teorías que dicen que hasta los tres
años se hacen todas las conexiones neuronales y que después ya es tarde para
aprender. Queremos pequeños Messi, pequeños Mozart y pequeños Einstein. Si
tu hijo no está interesado en hacer música no le apuntes. ¿A quién le interesa
que asista a las extraescolares? ¿A mí o a mi hijo? La hiperpaternidad implica
grandes dosis de ansiedad en los padres. Quizá los críos están mejor en el
parque que en el aula de música.
Nunca como hasta ahora se
hablaba tanto de las emociones infantiles. ¿Son tan importantes?
Las emociones se están convirtiendo en un producto de mercado más. Reina esta
idea de que la inteligencia emocional servirá para nuestros hijos en el futuro.
Está bien hablar de emociones y saber gestionarlas. Pero la educación emocional
no es decirle al niño todo el rato lo guapo y lo listo que es. Es necesario
educar en la empatía, la tolerancia a la frustración y el autocontrol.
Usted defiende que una
familia no es una democracia y que nunca debemos preguntar a un niño de tres o
cuatro años, por ejemplo, qué quiere cenar.
Es que eso lo tienes que decidir tú, que sabes qué es lo que le conviene. Hay
padres que si el chiquillo está malito le pregunta si quiere medicina. Basta.
No acosemos a los niños a preguntas. En el mundo de la paternidad corre la idea
de que todos somos iguales y que cómo les vamos a imponer un menú. La familia
no ha de ser una dictadura, cierto. Pero hay jerarquía. Una buena crianza
necesita amor, pero también límites.
¿Y los castigos? No castigos
físicos, por supuesto.
La palabra es peyorativa. Estar educando con castigos continuos no es buena
idea. ¿Se puede educar sin límites ni castigos? Creo que es difícil. Los
castigos deben ser pocos, moderados y solo imponerlos cuando son necesarios.
“No tenemos que educar a
un hijo perfecto sino criar personas”, recuerda en sus libros.
Esta idea de la perfección es muy americana. La casa perfecta, la boda
perfecta, las vacaciones perfectas… Ahora tienes que tener el hijo perfecto. La
hiperpaternidad es un fenómeno que empieza en EEUU. Una de las causas de la
ansiedad de los progenitores es, precisamente, esta presión por la perfección.
La perfección está en una fórmula matemática o en un atardecer, pero en los
seres humanos no. Aspiremos a tener unos hijos razonablemente buenos. Buscar la
perfección es una receta para la ansiedad.
¿Cuál es la receta para lo
contrario?
Lo que comentaba antes, relajarnos un poco y pensar que no todo depende de
nuestro control. Dejar a los niños un poco más a su aire. Este modelo de
proyectarlos como el futuro pianista o el cirujano hace que estemos todo el día
encima de él. Conclusión: les estamos arrebatando autonomía. Yo hablaría de
sana desatención, de observar sin intervenir a la primera de cambio. Crecer es
equivocarse. Si no, no aprenderán a valerse por ellos mismos. Hay que darles
herramientas para que sepan solucionar sus pequeños problemas. Un ejemplo
serían los deberes escolares, que tendrían que hacer ellos mismos. Dejemos de
preguntarles todo. Trabajemos los límites. Y, sobre todo, confiemos en ellos y
en nosotros. La crianza es un proyecto a largo plazo.
Estamos en Navidad.
Muchas familias organizan un viaje a Laponia para ver a Papá Noel.
¿Una moda o una buena idea?
Si quieres ir, ve. Pero lo veo innecesario. Uno de los problemas de la
paternidad es una oferta descomunal en el mercado, no solo de actividades
académicas sino de experiencias. Ahora en la vida no compras cosas, sino experiencias.
Y en los niños son experiencias mágicas, ya sea alquilar una limusina rosa para
celebrar el cumpleaños o ir a Disneyland o Laponia.
Si no entras en esa rueda
eres un padre paria.
Antes hablábamos de los límites. Y esto es un ejemplo. Si tú no quieres hacer
ese viaje, puedes hacer una fiesta de cumpleaños en un parque y disfrutar
mucho. Hay mucha competencia entre familias.
Problemas del primer mundo.
Criar a un hiperniño es carísimo. Me gustaría resaltar, además, que cada vez
hay más niños desamparados en nuestro país. Solo en Catalunya, según un informe
de Save the Children, el 27,7% de la población infantil vive en riesgo de
pobreza. Niños abandonados por las familias y por la sociedad. Luego están los
niños hiperestimulados, hiperviajados e hiperconsentidos. La clase media
en la crianza está desapareciendo.