El químico ambiental Damián Marino explica que el glufosinato de amonio, asociado a la flamante semilla modificada genéticamente, es 15 veces más tóxico que el glifosato y destaca que ya hay estudios en animales que demostraron que causa, entre otros efectos, retraso del crecimiento y deformidades del cerebro. “Eso va a llegar a tu mesa, y no solo en el pan, también en los fideos, en las galletitas y en todo lo que se te ocurra”, avisa.
“Tomemos solo la información oficial, nos guste o no nos guste –pide el químico ambiental Damián Marino–. La FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) establece que para el glifosato la ingesta diaria admisible, es decir, lo que se supone que una persona puede consumir sin que le genere efectos, es de 0,3 miligramos por kilo de peso corporal. Para el glufosinato de amonio es de 0,02 miligramos. La FAO te está diciendo entonces que el glufosinato es 15 veces más tóxico y más problemático que el glifosato. Eso es lo que va a estar en la mesa de tu casa y en tu alacena con la aprobación del trigo transgénico”.
La resolución 41/2020 de la Secretaría de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional del Ministerio de Agricultura de la Nación autorizó la comercialización del trigo HB4 capaz de tolerar situaciones de sequía y salinidad, y se vanaglorió de “la primera variedad transgénica del mundo”. La noticia provocó una avalancha de rechazos, no solo de parte de los referentes y organizaciones ambientales, sino también del campo de la ciencia, donde ya se probaron las graves consecuencias del modelo agroindustrial.
Desarrollado por la empresa Bioceres, en colaboración con la Universidad Nacional del Litoral y el CONICET, la flamante semilla modificada genéticamente es resistente al glufosinato de amonio, un potente herbicida al que la Organización Mundial de la Salud (OMS) califica como “moderadamente peligroso”.
“Dicen los sabios que solo el hombre tropieza dos veces con la misma piedra y algo de eso está pasando. Después de todo lo que aprendimos del glifosato en los últimos 20 años, con más de 1000 citas científicas y estudios internacionales, de saber lo que genera en el ambiente, en los pueblos fumigados, en los cuerpos de agua, en los suelos, en la calidad del aire y en la producción de alimentos, no pueden decir que no conocen los riesgos del glufosinato. Son prácticamente iguales, la única diferencia entre ellos es un átomo de carbono. Por eso hasta el nombre es parecido”, se queja Marino.
La suerte del HB4 está atada al interés comercial de Brasil, en donde el trigo argentino representa casi el 60% del abastecimiento total. Sin embargo, las expectativas no son buenas. La Asociación Brasileña de la Industria del Trigo (Abitrigo) ya avisó que no van a apoyar la comercialización de la semilla transgénica como tampoco la de ninguno de sus derivados.
“Hoy –insiste Marino– no existe una demanda del trigo transgénico en el campo de lo social ni de la soberanía alimentaria. La única necesidad que hay es la empresarial y es la que nos quieren instalar”.
EXTREMA GRAVEDAD
El curriculum extendido de Marino dice que es licenciado en Química, doctor en Ciencias Exactas, investigador adjunto del Conicet, profesor de la Universidad Nacional de La Plata y coordinador del área de Ambiente de la licenciatura en Química y Tecnología Ambiental y de la comisión ad hoc de la Red de Seguridad Alimentaria. Nadie como él para hablar del peligro de la exposición a los agrotóxicos.
“Alguno te va a decir que van a comenzar con pocas dosis, y es verdad porque todavía no hay malezas resistentes al glufosinato y el sistema va a trabajar para degradarlo, pero en los próximos 10 o 15 años la situación va ser de una gravedad extrema porque al coctel de glifosato y otros plaguicidas le vamos a agregar el glufosinato. No hay ningún justificativo ético ni científico para la aprobación del trigo transgénico. Así como el maíz es la base de la comida mexicana, el trigo es la base de la comida argentina. Eso quiere decir que va a llegar a tu mesa, y no solo en el pan, también en los fideos, en las galletitas y en todo lo que se te ocurra”.
El especialista destaca que ya hay estudios en animales que probaron que el glufosinato es un disruptor endócrino. En ratas, por ejemplo, se demostró que afecta el desarrollo del sistema nervioso central y que los efectos teratogénicos incluyen retraso del crecimiento y deformidades del cerebro.
“Mi planteo es extremadamente simple –concluye Marino–. Si a un nene de jardín de infantes, vos le contás todo el cuento del glifosato, lo que se investigó y el daño que se probó, y después le decís que eso lo vas a reemplazar por otro producto que es igual o peor, lo primero que te va a preguntar el nene es por qué. La respuesta es la misma de siempre. Estamos protegiendo a este modelo, aun cuando pone en jaque a la salud pública”.