LA CONQUISTA DE LA ALEGRÍA


CONCIENCIA

Por Hugo Polcan

EL HASTIO CONTEMPORANEO

E. Fromm, en su agudo análisis de la realidad contemporánea. señala que “la sociedad actual produjo no sólo bienes sino necesidad de poseer cosas y aunque la mayoría puede poseer más cosas de las que necesita, se sienten insatisfechos. Pese al confort logrado no se es más feliz sino más bien más impersonal y manipulable. Y se espera que algo que venga desde afuera calme la insatisfacción: la droga, el ruido, el sexo…Y aunque estén satisfechas nuestras necesidades materiales, el hombre no está en paz consigo”. Y así se convierte en un ser ávido, desorientado ante una multiplicidad de opciones, que no sabe qué quiere e incapaz de esperar.

De este modo, cuando alguien no sabe qué hacer con su vida, no sabe claramente para qué vive y no tiene fuerte interés por la vida, siente en el fondo un vacío, mezcla de aburrimiento, desgano e insatisfacción que llamamos hastío. Es algo así como una “pérdida del gusto por la vida” y es la clave de lo que hoy clínicamente llamamos “depresión”.

También según E. Fromm ”el hastío es un mal muy actual y que se va propagando. La mayoría de los hombres eso no lo nota porque producimos muchas cosas para ocultarlo y muchas de nuestras actividades  son intentos para impedir que él llegue al nivel de conciencia”, al darse cuenta.

Al respecto, es de notar, por ejemplo, que en la segunda mitad del siglo pasado, la humanidad incrementó cientos de veces su poder material, pero no ha hecho nada por mejorar la calidad de sus experiencias vitales. La variedad de alternativas ha crecido vertiginosamente, pero esto no ha logrado mejorar la calidad de vida de la gente, y produce la paradójica “angustia del exceso”.

 Y no siempre los avances de la tecnología y los bienes de la modernización aumentan la sensación de bienestar. La realidad es que esta cultura es incapaz de generar propiamente alegría.
Los especialistas señalan que “se registra mayor nivel de felicidad entre quienes viven en pequeños pueblos o ciudades medianas que entre los habitantes de las grandes metrópolis”.

EL  AMOR A LA VIDA

Todo esto indica que la depresión, en sus distintas formas de apatía, aburrimiento, ansiedad, indiferencia o insatisfacción, se ha propagado sobremanera en la sociedad actual. Y, por tanto, la mayor urgencia de la hora es la recuperación de aquello  que es su antídoto: la alegría.

Aceptamos que cabe la pregunta: “¿Es posible hablar de la alegría en el mundo actual? “ (P. Francisco), un mundo con las atrocidades de las guerras, con poblaciones que sufren hambre e injusticias, con migraciones sin destino….

Ante todo, debemos señalar que estamos lejos de interpretar la alegría como un sentimiento superficial, ingenuo o inmaduro.     Ni tampoco como una experiencia constante: aceptamos que las personas vamos pasando por circunstancias muy diversas, a veces muy penosas, de modo que los estados de alegría sufren sus variaciones. No negamos ni ignoramos las cosas amargas de la existencia, sino que buscamos superarlas o lograr fortaleza para no perder un mínimo de sensatez o equilibrio emocional. Y no nos referimos principalmente a las manifestaciones circunstanciales de la alegría, que necesitan del ruido o del humor festivo y que no faltan en la vida diaria, sino a lo que podríamos definir como “el gusto por la vida”. Alegría, fuerza, ganas, gusto y vida son de la misma familia.

Pensamos la alegría como una disposición de fortaleza espiritual, madurez psicológica y sabiduría de la vida, que impide caer en la depresión, la desesperanza o la acedia que amarga la vida. Así como una semilla oculta que apenas se dan las condiciones brota llena de vida.
Por otro lado, hay personalidades impacientes, eternamente insatisfechas, que siempre tienen reclamos o pretextos para no estar contentos ni gozar de la vida. No conocen la alegría.

Y también aceptamos que la realidad es cambiante y requiere constante adaptación. Cuando ésta no se da aparece la rutina, enemiga de la alegría, que proviene no de la repetición de las cosas, a veces Inevitable, sino de la falta de renovación del sentido con las que se realizan. Generalmente ¡son aburridos, no los trabajos, sino las personas!…

Además, hay cuestiones existenciales. Ante el hecho de que la condición humana tiende naturalmente a la búsqueda del placer y como este deseo muchas veces no resulta satisfecho, ciertas “espiritualidades” optan por vaciar el alma de deseos para alcanzar la serenidad de una contemplación del orden del Universo. Supuestamente es un camino “de nivel superior”, pero no vemos que genere propiamente alegría. Vendría a ser una paz descarnada, de quietud perfecta con ausencia de deseo.

Asimismo, los creyentes deben tener presente que hay una religiosidad enfermiza, con miedo y culpa, que alejan de Dios y me centran  en mí,  mientras que en la religiosidad sana, el dolor de mis faltas me acerca a Dios y me permite la alegría de sentirme perdonado.

Una buena vida

Es cierto que la alegría no es una experiencia fácil de expresar en conceptos, pero acaso se la puede describir como un temple anímico, una forma de “estar en el mundo”, una disposición habitual o estado de ánimo que impregna la vida cotidiana con rasgos de: capacidad de goce, aprecio por la existencia, haberle  encontrado un sentido a la vida, gozar no tanto por hacer lo que uno quiere sino por querer lo que uno hace, poder disfrutar de lo que se posee y no desear en exceso lo que no se posee, comprender que la felicidad está más en dar que en recibir…
La lista de modos de expresarlo sería infinita y la sabiduría de nuestra cultura milenaria está llena de ejemplos y de sentencias sobre el tema. Acaso E. Fromm lo condensó en el mejor título que puede tener un libro: El amor a la vida.

 En el ámbito bíblico, por ejemplo. encontramos citas acaso sorprendentes, por la plenitud de la bondad paternal que transmiten: “Hijo: en la medida de tus posibilidades trátate bien° …” No te prives de pasar un buen día” (Sí 14 .11- 14). Y en el Nuevo Testamento encontramos abundantes ocasiones que expresan alegría. Por ejemplo: Cristo envía a los discípulos a predicar y a curar enfermos y al regreso  volvieron “llenos de gozo” ( Luc 10.17). Y también, en la primera comunidad cristiana, “tomaban el alimento con alegría” (Hech 2.46) y donde los discípulos pasaban “había una gran alegría” ( Hechos 9.8) 

Se impone, por tanto, una reacción definitoria contra la vida opaca, ya que la salud psíquica está en relación directa con la alegría de vivir.

Esto tiene vigencia en cualquier nivel biológico. Por ejemplo: la bióloga Solly  Zuckerman observó que el aburrimiento hacía que los babuinos del zoo de Londres se volvieran terriblemente agresivos, cosa que no sucedía en su medio natural. Esto es un símbolo de la situación en que desemboca la especie humana cuando cae en las garras de ese estado mental que es la “ausencia de la alegría”, que los antiguos llamaron acedia y que no es otra cosa que “falta de gusto por la vida”.
Y esa alegría de vivir, de valorar que estamos vivos y que no estamos solos, no siempre nace espontáneamente, sino que muchas veces ha de ser buscada y conquistada por uno mismo, por cada uno.


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