Por Hugo Polcan
¿Por qué los hombres, para salir,
no quieren usar la puerta? (Confucio)
Podemos hacer de la pandemia un momento de revisión, la ocasión para salir no como éramos sino mejores, y una época de reflexión para pulir hábitos, creencias y actitudes no del todo acertados que merecían corrección.
Sobre la sencillez
A lo largo de la historia de nuestra cultura la sencillez aparece como una cualidad de la condición humana ampliamente valorada desde los albores de la humanidad. En toda la filosofía oriental se le brinda un aprecio de gran trascendencia. Y en nuestra tradición judeocristiana, la Biblia la menciona en múltiples ocasiones y se la pondera de manera especial. En el libro de Job, por ejemplo, ya en el primer versículo el personaje es presentado como “hombre íntegro y recto”, términos equivalentes, en el lenguaje bíblico, a la sencillez. Sin embargo, en nuestro mundo contemporáneo resulta una cualidad por momentos desvalorizada y más comúnmente ignorada y una rara condición en la práctica de nuestra vida cotidiana.
Lo cual lleva a pensar que esto o constituye un equívoco de aquella concepción de vida o significa una falencia de la mentalidad actual. Por tanto merece una consideración y especialmente un esclarecimiento acerca de qué estamos hablando.
Fenomenología de la sencillez
Desde una perspectiva psicológica podemos decir que la persona sencilla es aquella capaz de ver el mundo con sinceridad, sin artificios ni complejidades, con mirada directa de lo esencial y reconociendo la situación sin vueltas, con realismo y objetividad. Es decir: “le deja sentir su voz a la verdad de las cosas” (J. Pieper).
Percibe la realidad tal cual es, y esto le confiere claridad de pensamiento, flexibilidad mental, capacidad de síntesis y mentalidad criteriosa. Esa transparencia mental no es tan común ni tan fácil, porque el pensamiento humano está constantemente asediado por interferencias emocionales, deseos insatisfechos, autoengaños y temores ocultos que lo distorsionan.
En lo verbal, la persona sencilla es de un lenguaje preciso y claro, sin artificios, que dice lo necesario y suficiente pero no más y habla si tiene algo que decir, no para llenar silencios. Franco, dice lo que piensa, sin falsedad ni doblez y es capaz de rectificarse si se equivoca. Se encuentra cómodo con el silencio y no lo rehuye.
Desde el punto de vista emocional, es calmo y equilibrado. Su riqueza afectiva le permite sintonizar con la vida, pero no es amigo de dramatismos ni exageraciones, lo cual le otorga serenidad y, a la vez, lo hace capaz de ternura.
En su comportamiento es, ante todo, auténtico. Actúa con sinceridad y recta intención, es directo, justo y ecuánime, responsable y autónomo. Y, en especial, la sencillez implica naturalidad, que es una virtud que lleva a comportarse de acuerdo con la propia condición humana y a mostrarse tal como uno es.
Además, con su trasparencia se hace creíble y crea una atmósfera de confianza que purifica los vínculos interpersonales. Es amigable, de buen trato, inspira confianza y facilita el vínculo afectuoso. Si bien él es simple, comprende las complejidades ajenas. Bien dispuesto, es respetuoso de los otros, sin altivez ni ostentación.
Es llano y sereno, no necesita del lucimiento, no se ocupa de presumir ni de quedar bien ni de dar una buena imagen, ni de decir lo “políticamente correcto”. Actúa igual ante humildes y poderosos y posee una autenticidad sin doblez. Atiende al bien de los otros, no antepone su yo, “no se la cree”, escucha y no aconseja si no se lo piden. Es de un carácter bondadoso, pero no blando ni ingenuo, y no es cauto ni receloso, sino simple, claro y sin malicia. Es llano y no necesita competir ni defenderse con pretextos. En consecuencia: irradia serenidad ante las dificultades y trasmite aplomo frente a los peligros.
En la raíz de toda falta de sencillez siempre está el miedo. Es el intento de ocultar un vacío existencial que lleva a competir, a buscar sobresalir y distinguirse, a menospreciar, a buscar agradar con artificios. En cambio, el sencillo vive “liviano de equipaje”, sin forzar situaciones y permitiendo que los procesos fluyan. Disfruta con las pequeñas cosas, cumple “de corazón” sus obligaciones, vive en la sinceridad y es libre.
Hoy, que la práctica psicoterapéutica está ampliamente generalizada, es bueno recordar que todo proceso terapéutico consiste en hacer explicito lo implícito, pasar de lo ambiguo a la claridad, de lo inauténtico a lo genuino, de lo artificial a lo natural, de la complicación a lo simple…y ¿qué es esto sino un camino hacia la sencillez? La sencillez es hermana de la humildad, ya que ésta no es otra cosa que ser simplemente uno mismo.
En el polo opuesto de la sencillez están la astucia (que actúa mediante el dolo y el fraude), la actitud prejuiciosa (mentalidad rígida, cerrada a la realidad), la insinceridad y el doblez (pensar y sentir una cosa y decir y mostrar otra).Y a esto se suman la obstinación de los obsesivos que “cavilan” sin respiro y la molestia de los caracteres “complicados”, especialmente de aquellos inquietos que necesitan brillar y que no toleran que se exprese un pensamiento sin que ellos tengan algo que acotar, cargar alguna precisión, complejizar el tema, señalar alguna nimiedad…
Cuando decimos que el sencillo es simple, por supuesto que no nos referimos a una “limitación intelectual o cultural” sino a su naturalidad afectiva, a la pureza de intención, a la “simplícitas” latina propia del corazón que se manifiesta tal cual es.
En el camino de la sabiduría
Las realidades que abundan en nuestro contexto: los artificios del marketing, las turbulencias de la farándula, la ambigüedad de los políticos, la agitación de la mundanidad urbana, son enemigos de la sencillez de corazón. La cultura consumista de la globalización la desprecia promoviendo la acumulación de bienes, la urgencia de estímulos, el cuidado de la apariencia social y de la propia imagen y, a través de la propaganda, obliga al ciudadano a “necesitar cosas”. En cambio, en la vida de las clases pobres se suelen encontrar valores humanos de sabiduría. Y allí, con frecuencia, poseen su modelo ejemplar de sencillez en la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret. En ese caso lo importante es, a nuestro entender, que conciben la esencia de la sencillez como una “actitud de vida”, de modo que una persona pública (un rey, un papa, un mandatario) puede estar cargada de signos de pompa y atributos de poder, si la convención social así lo requiere, y sin embargo poseer un genuino espíritu interior de sencillez.
Es habitual suponer que la sencillez corresponde al nivel inicial del perfeccionamiento moral o espiritual del ser humano (por ser simple e informal), pero la realidad es que constituye no el comienzo sino la culminación del proceso de “sabiduría de la vida”; porque ésta supone una verdadera ”metanoia”, una conversión mental: superar la “adultez” convencional y transformar de raíz la mentalidad hasta allí vigente en una visión del mundo sencilla, natural y sin sofisticación. O sea: limpiar la mente y purificar el corazón.
El sabio es, antes que nada, sencillo, y la sencillez es el camino de la sabiduría. La sencillez puede resumirse en Integridad y Simplicidad. Es de grandes y pocos la alcanzan. Pero seguramente cuantos más espíritus sencillos existan en una población, mayor paz y fraternidad habrá en su vida social. Las grandes personalidades de la historia: Cristo, Buda, Sócrates, Francisco de Asís, Gandhi, Mandela…han sido hombres profundamente sencillos.