Por Hugo Polcan
In necesariis, unitas. In dubiis, libertas.
In ómnibus, cáritas. (Adagio latino).
Bisagras de la historia
Las elecciones del 24 de febrero de 1946 fueron una dramática pulseada entre dos formas de pensar y de sentir: una, con signos de declinación, pero con casi cien años de vigencia, instalada en las estructuras políticas y económicas del país; otra, que recién nacía y que iba adquiriendo una fuerza inusitada.
Según reseña Félix Luna, la situación no era clara ni fácil para nadie. Y los hechos fueron vertiginosos. Cuatro meses atrás, los días anteriores al 17 de octubre, los adversarios creían que Perón estaba perdido y él mismo, desde Martín García, le escribía a Mercante: “En cuanto me den el retiro me caso y me voy al diablo”. Y antes de las elecciones, un político le decía: “Usted no puede ganar… para ganar elecciones hacen falta: organización y dinero. Y usted no tiene ni lo uno ni lo otro”. Perón contestó: “Lamento contradecirlo… pero las elecciones se ganan con votos.”
¿Cómo lo hizo? A través de todo el proceso demostró la obstinada voluntad y el espíritu de lucha del “Perón de la primera época”. En noviembre tenía dos partidos en vías de organización (U.C.R Junta Renovadora y Partido Laborista), con internas que terminaron a balazos, cada uno tratando de imponer el candidato a vice de la fórmula. Todavía en enero las organizaciones que lo apoyaban presentaban un estado caótico y el panorama era nada alentador. Pero logró hilvanar acuerdos y presentó su fórmula antes que la Unión Democrática.
Toda la campaña estuvo matizada con hechos sorpresivos que redefinían a cada momento la posición de las partes. Y fue así como a fin de enero la torpeza en el accionar de sus adversarios le dio a Perón una ocasión inmejorable: la Unión Industrial había dado un cheque de $300.000 a la U. D. y su tesorero con toda ingenuidad lo depositó en la cuenta de un partido: el 31 de enero, el diario El Laborista mostraba el cheque, la firma y los endosos… Y de ahí surgió un estribillo que sazonó toda la propaganda peronista…
El tema de la financiación marcaba una diferencia. Ya Mercante había dicho en un plenario sindical: “Estamos muy lejos del triunfo. No disponemos de medios para contrarrestar la acción de los enemigos, que tienen diarios, dinero, partidos organizados…”. Y era cierto que las condiciones económicas del peronismo eran inferiores a las del adversario. La Unión Democrática cubría el país con folletos y carteles bien presentados… mientras los peronistas usaban tiza y carbón para expresarse en las paredes.
Así las cosas, se llegó al momento decisivo. El 11 de febrero, a dos semanas de las elecciones, el Departamento de Estado norteamericano entregaba a los diplomáticos latinoamericanos el Libro Azul. La situación se le hizo muy difícil: Perón tenía en contra a la diplomacia extranjera, al aparato político nacional y a las fuerzas del poder económico… A la vez, sus propias fuerzas parecían en estado de disgregación.
Pero allí Perón mostró su garra: contraatacó… y presentó una disyuntiva con la que definió la campaña. Fue un planteo sintético, hábil y concluyente: o Braden o Perón… Desde esta perspectiva, votar por Perón era votar por la Justicia Social, pero también por la Soberanía Nacional.
El accionar de sus adversarios le había dado otra ventaja. Los opositores a Perón cometieron grandes errores. Tal vez el principal fue negarse a ver la realidad: sus prejuicios los llevaron a subestimar a “ese Coronel puesto a político”. En pocos días se olvidaron del 17 de octubre. Además, el peso electoral de sus fuerzas políticas parecía imbatible: allí estaba la “gloriosa” U.C.R., el prestigio luchador del Partido Socialista, la combatividad del Partido Comunista… Para ellos, sólo bastaba que hubiera comicios libres para lograr una victoria descontada. Los prejuicios eran de una virulencia inusual y la fobia antiperonista impregnaba las mentes e impedía razonar. Decían: “el peronismo era la barbarie y la ciudadanía terminaría imponiendo su racionalidad…”. Pero la U.D. de hecho era un rompecabezas de partidos sin homogeneidad y sin “fibra”: le faltaba mística y creatividad, y para muchos sectores aparecía como una vuelta al pasado.
Los ataques centrados en la persona de Perón agrandaron su imagen y aumentaron su popularidad. Apelaron a recursos políticos poco honestos y por lo tanto, terminaron siendo improductivos.
Pero acaso la principal fuente de su espejismo era una información periodística que deformaba totalmente la realidad. La supuestamente “prensa independiente” mostraba a las claras su tendenciosa preferencia: el 90% del espacio periodístico de “La Nación” y “La Prensa” era dedicado a la U.D. y la actividad peronista era permanentemente descalificada. Todo esto los llevó a que ellos mismos se convencieran de su arrasadora mayoría.
Allí se llegó a la clausura de la campaña. Allí Perón se mostró el estratega con formación militar. Se puso en opositor, dando a entender que no existía alianza con el Gobierno de facto: “No aceptamos cheques, no tenemos para pagar boletas abundantes…”. Y se dedicó a dar indicaciones: “No concurra a ninguna fiesta que inviten los patrones el día 23”. “Evite todo incidente para impedir que lo detengan”. “No beba alcohol el día 24. Quédese en casa y el 24 temprano tome todas las medidas para ir a votar. Si el patrón lo lleva, acepte… pero luego en el cuarto oscuro haga su voluntad”.
El 24 de febrero se realizaron los comicios más limpios que hasta entonces conociera el país. No existió fraude ni violencia. Hubo orden y control por parte de las Fuerzas Armadas… fue un día de calma y de expectativa incontenible. Al atardecer, cerrados los comicios, la euforia de la U.D. era máxima. Estaban convencidos de su triunfo y festejaban los malos ratos pasados.
Y allí comenzó la tortura del escrutinio: su lentitud incrementaba la ansiedad. Al principio, según los expertos en política, la U.D. no podía perder, el triunfo estaba asegurado. Los peronistas comenzaban a vacilar. Pero con las horas, también sus opositores empezaban a darse cuenta que los cálculos estaban fallando. A una semana de los comicios, se hablaba de “elección reñida” y la tensión era máxima.
Este “estado de ansiedad confusional” impregnó todo el mes de marzo… hasta que se fue develando una realidad que al final, 45 días después de los comicios, se mostró concluyente: Perón: 1.470.000. Tamborini: 1.210.000 (55% contra 45%).
La paradójica historia humana
La historia es un proceso humano cuyadinámica no está determinada por leyes absolutas.
Nada hay más alejado de la realidad que el concepto de un proceso histórico que transcurra de manera necesaria. No es posible calcular de antemano el curso d la historia,. La historia comienza de nuevo en cada momento. ( Romano Guardini)
Un acontecimiento histórico es “obra humana”, no simple y ciega “evolución”. Aunque a veces la idea simbólica de que “el aletear de una mariposa en el Caribe puede producir un ciclón en California” no es tomada suficientemente en cuenta, con cada ser humano que nace se inaugura un proceso de naturaleza impredecible.
De hecho estamos embarcados en un proceso histórico del que somos agentes activos de decisiones donde juegan nuestra libertad y nuestra responsabilidad, no meros instrumentos de fuerzas impersonales que determinen la marcha de los tiempos. Y, a la vez, somos artífices de acciones cuyos resultados no podemos controlar ni prever de un modo absoluto. Los sucesos escapan al poder humano. La dialéctica histórica es un perfecto interjuego entre las circunstancias, la voluntad de los actores sociales y las consecuencias de sus actos, que escapan a su control. Y a su vez, no existen determinismos, ni sociológicos, ni económicos, ni ideológicos; existe multicausalidad de factores en los que la libertad humana juega su partida. Y además, el camino de los pueblos está guiado por una Providencia que supera las fuerzas humanas y que, en cada situación histórica, tiene un mensaje para su pueblo.
La realidad es que “ninguno quiere hacerse cargo de los males del mundo”. Siempre hay algún responsable. Sin embargo, la toma de conciencia de la responsabilidad se hace difícil, porque en el actual sistema, los que generan los procesos se hallan muy alejados del terreno donde se sufren los resultados. Para los ejecutivos de una multinacional en Nueva York, su firma con la que se despide a mil obreros en Berazategui difícilmente irá acompañada por los sentimientos compasivos que serían apropiados. De los despachos de los funcionaros a las villas miseria suele haber una distancia humana sideral.
Esto es así porque la realidad es paradójica. El hombre va generando los sistemas, pero no puede controlar todas las consecuencias de lo que hace. Se encuentra con sorpresas cada día. No se puede calcular de antemano el curso de la historia. Hemos visto desplomarse imperios de envergadura colosal y los acontecimientos han mostrado giros insospechados que ningún estudioso hubiese podido prever.
Votar es humano; elegir con sabiduría es divino.
No hay dos elecciones que se repitan: cada una constituye un hecho inédito. La del 46 fue la bisagra de medio siglo de historia argentina. Fue una campaña exaltada, violenta y llena de agravios. Allí cristalizó un antagonismo caracterizado por la magnitud de los prejuicios y la intolerancia. Allá chocaron las fuerzas desvaídas de una política anacrónica y de una burocracia anquilosada contra el vigor revitalizante de una fuerza popular.
Las experiencias del pasado siempre pueden servir como lección para el futuro. Con ellas aprendemos que muchos triunfos electorales se deben a los aciertos de un candidato. Pero muchos otros al desacierto de sus adversarios. Y que a veces, las convicciones de la gente arrasan con las aspiraciones de los pronósticos de las encuestas y las intenciones de los medios.
No hay dos elecciones iguales porque la historia nunca se repite, ya que la situación, las circunstancias y los protagonistas nunca son los mismos. Además, la conducta humana nunca es totalmente previsible, porque en toda persona normal siempre hay un margen de libertad.
Las encuestas han quedado totalmente desprestigiadas. ¿Porque sus métodos son inválidos? ¿Porque su realización es defectuosa? No: porque se les ha exigido algo que ellas no nos pueden dar Se ha esperado certeza, cuando sólo pueden dar meras probabilidades, y a veces exiguas, respecto de una población que es autónoma y cuyos procesos mentales, emocionales e inconcientes no son nada fáciles de escrutar, independientes de la lógica y la razón. Cuando Aristóteles define al hombre como animal racional, no dice que siempre actúe racionalmente. Y más bien podemos decir (¡y felizmente es así!) que el hombre es un ser emocional capaz de razón. Por eso tenemos conductas incomprensibles para la pura razón y no siempre actuamos como desearíamos, o nos falta voluntad… Y por eso también sucede que las personas dicen que van a votar de un modo y luego lo hacen de otro, o votan por motivos sentimentales o poco maduros… o existen factores transpersonales, sociales, culturales, históricos… que están más allá de nuestra comprensión.
En fin: lo más deseable es que cada uno, en cuanto pueda, vote según le dicte su conciencia, de buena fe y con la mente esclarecida. Y rece para que sus hermanos argentinos reciban la luz necesaria para optar por lo que mejor los lleve al bien común.
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Votar es humano; elegir con sabiduría es divino.
No hay dos elecciones que se repitan: cada una constituye un hecho inédito. La del 46 fue la bisagra de medio siglo de historia argentina. Fue una campaña exaltada, violenta y llena de agravios. Allí cristalizó un antagonismo caracterizado por la magnitud de los prejuicios y la intolerancia. Allá chocaron las fuerzas desvaídas de una política anacrónica y de una burocracia anquilosada contra el vigor de una nueva fuerza popular.
Las experiencias del pasado siempre pueden servir como lección para el futuro. Con ellas aprendemos que muchos triunfos electorales se deben a los aciertos de un candidato. Pero muchos otros al desacierto de sus adversarios. Y que a veces, las convicciones de la gente arrasan con las aspiraciones de los pronósticos de las encuestas y las intenciones de los medios.
No hay dos elecciones iguales porque la historia nunca se repite, ya que la situación, las circunstancias y los protagonistas nunca son los mismos. Además, la conducta humana nunca es totalmente previsible.
También sucede que las personas dicen que van a votar de un modo y luego lo hacen de otro, o votan por motivos sentimentales o poco maduros… o existen factores transpersonales, sociales, culturales, históricos… que están más allá de nuestra comprensión.
En fin: lo más deseable es que cada uno, en cuanto pueda, vote según le dicte su conciencia, de buena fe y con la mente esclarecida. Y rece para que sus hermanos argentinos reciban la luz necesaria para optar por lo que mejor los lleve al bien común.