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La bomba que faltaba. Es química y llega de la mano de Luis Caputo, el ministro de Economía argentino, quien acaba de anunciar la baja de aranceles para tres agrotóxicos (glifosato, 2,4-D y atrazina) con el fin de incentivar la importación de estos venenos. Al mismo tiempo, el funcionario anticipó una flexibilización de los requisitos para comercializar un número más amplio de etiquetas comerciales y moléculas ligadas a estos plaguicidas.
Comparto, a continuación, particularidades del glifosato, el 2,4-D y la atrazina que incluí en mis libros #Envenenados y #AgroTóxico (@libreriasudestada), y sobre las que también fuimos aportando consideraciones en múltiples columnas para revista Sudestada (@sudestadarevista).
El glifosato es un herbicida cancerígeno que acumula fallos judiciales en contra alrededor del mundo. Roundup, la etiqueta comercial más comercializada –promovida por Monsanto, desde junio de 2018 propiedad de Bayer– a nivel mundial viene recibiendo condenas multimillonarias por el desastre ambiental que provoca el agrotóxico.
En Argentina se utiliza un promedio de 320 millones de litros anuales. Se lo ha detectado en suelo, aire, agua de lluvia, de ríos y arroyos, y en el cuerpo de las personas. Sin embargo, y en clara muestra de desprecio a la tragedia ambiental que padecen nuestros pueblos fumigados, desde los años 90 para acá todos los gobiernos nacionales han sostenido que el producto es inocuo.
Al igual que el glifosato, el 2,4-D también fue declarado como un agente cancerígeno por entidades como la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), ligada a la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Fue desarrollado como arma química en instancias de la Segunda Guerra Mundial. Combinado con el 2,4,5-T, resultó aplicado durante la guerra de Vietnam bajo la forma del Agente Naranja.
Diversos tipos de cáncer, malformaciones, problemas severos en la piel, desórdenes metabólicos y cardiovasculares, fueron algunas de las consecuencias que experimentaron los vietnamitas y estadounidenses que entraron en contacto con el herbicida durante la guerra.
Por su parte, la atrazina es un herbicida que llegó a la Argentina en 1960 y que en Europa carga con un largo prontuario por su comprobado efecto nocivo sobre poblaciones de peces, aves y reptiles. En el Viejo Continente, la aplicación del plaguicida está vetada desde 2004.
En 2010, el veneno en cuestión fue presa de una controversia internacional producto de un estudio de la universidad estadounidense de Berkeley que comprobó nuevos efectos sobre los anfibios.
La investigación de Berkeley arrojó que cuando los machos de los anfibios –se utilizaron ranas para la muestra– son expuestos a pequeñas cantidades de atrazina, el 75 por ciento de ellos queda estéril mientras que un 10 por ciento se convierte en hembra.
En septiembre de 2022 un estudio efectuado en Córdoba demostró la presencia de atrazina en leche bovina extraída en 18 tambos. El trabajo expuso que el agrotóxico llega a las vacas a partir de la ingesta de agua contaminada por el modelo agroindustrial imperante.
El trabajo, que lleva la firma de Noelia Urseler, Romina Bachetti, Fernanda Biolé, Verónica Morgante y Carolina Morgante, científicas de la Universidad Nacional de Villa María, en la provincia de Córdoba, y la Universidad Bernardo O’Higgins de Santiago de Chile, fue publicado por la revista internacional Science of the Total Environment.
El estudio de las profesionales de Córdoba y Chile arrojó, por ejemplo, que “los residuos de atrazina en las aguas subterráneas y la leche bovina (detectados en los tambos) estaban por encima del límite permisible para el consumo humano. Los cocientes de riesgo y el riesgo carcinogénico de la atrazina en las aguas subterráneas y la leche bovina son mayores para los niños que para los adultos.