Por Ricardo Luis Mascheroni -docente-
“La tierra es ahora fluida y ardiente. Es ahora fuego y lágrimas. Nada está quieto y a salvo. Ni la esperanza del hombre. Ya no descansa la tierra. Y no sabemos dónde, al cabo, se aquietará y adónde irá a anclar la angustiada esperanza del hombre”. Deodoro Roca 1940.
Esta frase del autor del Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918, es una foto que se anticipa 83 años a lo que actualmente padece el planeta, en que la destrucción del ambiente, la desigualdad obscena y la pandemia de pobreza jaquean la vida, los sueños y el futuro de la humanidad.
Hoy 5 de Junio se celebra, “¿celebra?” el DÍA MUNDIAL DEL AMBIENTE, decidido en 1972 por la ONU, al inicio de la Conferencia de Estocolmo en 1972, avizorando que algo no andaba bien en la relación hombre-naturaleza.
La importancia del día, a la luz de la realidad, refleja la crisis planetaria, y merece que cada uno haga un sincero análisis sobre la parte de responsabilidad que le toca, buscando los cambios que la hora impone.
Pese a que desde distintos ámbitos se alerta de que la Tierra, desde su nacimiento hasta estos días, atraviesa la más profunda degradación ambiental, producto de los modelos de desarrollos destructivos e irracionales, el consumismo sin fin y la acumulación de riquezas en pocas manos y la obtención de lucro, poco se ha hecho al respecto, cuando no, agravar las cosas.
Preguntémonos: ¿Podemos seguir en esta alocada carrera hacia el abismo, en busca de una calidad de vida que cada día se aleja más, por lo menos para la mayoría de la población, mientras nos cargamos de baratijas, cosas inútiles o de dudosa eficacia para nada?
Decía Roberto Arlt en 1929: “¿PARA QUÉ SIRVE EL PROGRESO?”; “Me tienen ya seco con la cuestión del progreso. Cuánto papanata encuentro por ahí, en cuanto comienzo a rezongar de que la vida es imposible en esta ciudad me contesta: – Es que usted no se da cuenta de que progresamos.”
“La gente se deja embaucar con una serie de términos que en realidad no tienen valor alguno. Estos términos hacen carrera, se convierten en monedas de uso popular y cualquier otario, ante un caso serio, se considera con derecho a aplicarlos a situaciones que no se resuelven con el uso de un vocablo. Y es que llega un momento en que las palabras asumen el carácter de moda; no interpretan un sentir sino un estado colectivo, quiero decir, un estado de estupidez colectiva.” “Hemos progresado. No hay zanahoria que no esté dispuesto a demostrárselo.”
“Es maravilloso. Nos levantamos a la mañana, nos metemos en un coche que corre en un subterráneo; salimos después de viajar entre luz eléctrica; respiramos dos minutos el aire de la calle en la superficie; nos metemos en un subsuelo o en una oficina a trabajar con luz artificial. A mediodía salimos, prensados, entre luces eléctricas, comemos con menos tiempo que un soldado en época de maniobras, nos enfundamos nuevamente en un subterráneo, entramos a la oficina a trabajar con la luz artificial, salimos y es de noche, viajamos entre luz eléctrica, entramos a un departamento, o a la pieza de un departamentito a respirar aire cúbicamente calculado por un arquitecto, respiramos a medida, dormimos con metro, nos despertamos automáticamente; cada año nos deterioramos más el estómago, los nervios, el cerebro, y a esto ¡a esto los cien mil zanahorias le llaman progreso!”
“¿Para qué sirve este maldito PROGRESO? Sea sincero. ¿Para qué sirve este progreso a usted, a su mujer y a sus hijos? ¿Para qué le sirve a la sociedad? ¿El teléfono lo hace más feliz, un aeroplano más moral, una locomotora eléctrica más perfecto, un subterráneo más humano? Si los objetos nombrados no le dan a usted salud, perfección interior, todo ese progreso no vale un pito, ¿me entiende?”
Creo que no hay mucho más que agregar, salvo una mirada distinta a lo que nos pasa, tomando distancia de los discursos interesados de los medios hegemónicos y de los dictados manipuladores y perversos del mercado.
Pese a todo, aún nos quedan los sueños, para construir un mundo dispar, donde la naturaleza sea parte de nosotros y que nos permita parir una humanidad nueva, más justa y solidaria.
Ricardo Luis Mascheroni -docente-