Por Hugo Polcan
Miedos, angustia y ansiedad
Cualquiera sea la etapa histórica de que se trate y el lugar que ocupe en su cultura, el ser humano, por su esencia, se encuentra expuesto a peligros, es vulnerable, y no tiene asegurada la supervivencia. Pero posee capacidades biológicamente heredadas para la protección de la especie. Son reacciones defensivas instaladas a priori, comunes al animal y al hombre, y las denominamos Miedos. Son el temor espontáneo ante un objeto o situación amenazantes concretos.
Pero en ocasiones, el hombre puede tener un temor sin objeto claro y preciso. El miedo a lo desconocido lo puede llevar a una valoración irreal, desproporcionada o imaginaria de la amenaza. Y puede entrar en un estado de desasosiego, con sensaciones de opresión precordial y otros síntomas a los que, en la clínica psicológica, se les asigna una importancia relevante, ya que tienden a perpetuarse en el tiempo y afectar significativamente la calidad de vida del individuo. A esto lo llamamos Angustia.
Hay estados de angustia normales cuando se trata de una preocupación por una situación presente o de futuro inmediato que desaparece cuando se resuelve la situación. Pero cuando la vida se desarrolla bajo el influjo de presagios negativos sobre el futuro, que restringen la libertad y el desarrollo personal, se hace patológica. Y en filosofía se habla de angustia existencial, propia de la vida humana cuando se reflexiona acerca de la ubicación del hombre en el mundo o ante cuestiones como la Nada o la Muerte.
Por otro lado, existen estados emocionales de inquietud y malestar psíquico, que incluyen inseguridad e incertidumbre, con la sensación de una amenaza inminente que llega a paralizar al individuo, “dejándolo helado”. A esto lo llamamos Ansiedad, que muchas veces se la señala como “la enfermedad del siglo”.
Los signos de la angustia suelen ser variados síntomas predominantemente somáticos y viscerales (hipertensión, úlceras gástricas, cefaleas, dermatitis…), mientras los de la ansiedad son de tipo respiratorio, dentro del predominio del ámbito mental. Pero ambas tienen tantos elementos en común que se las suele considerar sinónimos, y así también lo hacemos aquí.
Eso llamado stress
Los organismos están sometidos a exigencias que le demandan activación de energía. Al proceso que incluye tanto las exigencias demandantes como la reacción particular con que el organismo responde, lo llamamos Stress.
Esa estimulación que el ser vivo recibe, inicialmente provoca una optimización del rendimiento (eustress, esfuerzo productivo), proceso normal indispensable para el desarrollo individual, que prepara para la emergencia y luego vuelve al estado normal. Pero si la exigencia es excesiva o prolongada, llega un momento que va más allá de la resistencia del organismo y se produce un agotamiento energético que implica un quiebre adaptativo (distress): claudica el esfuerzo y el individuo entra en una crisis funcional. A partir de allí, cualquier esfuerzo, aun pequeño, resulta excesivo y perturbador para el organismo agotado.
Para el ser humano son “agentes stressores” no sólo los factores físicos como temperatura, ruido, dolor, etc., sino también los psicológicos (frustraciones y cambios como separación, jubilación, duelos…) y los psicosociales (desavenencias familiares, insatisfacción laboral, pobreza, desempleo…).
Pero el distress depende fundamentalmente no tanto de la magnitud del estímulo adverso sino de la capacidad de respuesta del sujeto. Hay personalidades que pueden asimilar bien adversidades de magnitud y otras que se agotan ante situaciones que requieren esfuerzos mínimos. De modo que es crucial el bagaje que se posea de convicciones y modos de vida adecuados que respalden y den fortaleza al desempeño. Hay individuos hipersensibles a todo esfuerzo, con intolerancia a la frustración, incapaces de asimilar realidades no deseadas, sin temple para asumir la interpelación de la circunstancias ni para despertar de su indolencia y egocentrismo e indiferentes a las necesidades sociales. Y toda exigencia la viven como injusticia o sometimiento. Se encuentran inermes para superar los miedos y enfrentar situaciones traumáticas. Y en todo esto juega también un papel significativo la autoimagen: el creerse, ya de antemano, fuerte o débil.
Ecos del trauma
Llamamos Situación traumática cualquier experiencia de sentir amenazada la propia vida, que normalmente causaría malestar a la mayoría de la gente. Aquí también son tan relevantes el hecho traumático como la significación que tenga para la persona. El hecho mismo no asegura que se convierta en un trastorno psíquico: debe existir vulnerabilidad en la persona o factores contextuales de riesgo (conflictos familiares, penuria económica, dolencias físicas, duelos recientes…). En tales casos, ante estímulos relacionados con el trauma, se desencadena un malestar significativo y una variedad de síntomas psíquicos que deterioran la vida cotidiana, laboral o social. Se reviven situaciones como si los hechos estuvieran sucediendo ahora, se repiten pesadillas o pensamientos intrusivos o flashes visuales de la memoria. Las sensaciones placenteras o neutras, internas o externas, se opacan, porque la atención queda fijada en los recuerdos infaustos. Pero al mismo tiempo se evita toda conversación sobre los sucesos (“de eso no se habla”). Se va perdiendo interés por las actividades y se instala una “anestesia emocional” generalizada: (“no se siente nada”, el ambiente “no parece real”…) y aparecen desapego o indiferencia hacia los otros, aislamiento social, etc.
Fácilmente se denotan dificultades para conciliar o mantener el sueño. O surgen irritabilidad o estallidos de ira. Se afectan la atención, la concentración o la memoria, y por tanto el rendimiento laboral, como resultado de una hipervigilancia permanente. Se vive en “estado de alerta”, lo cual degasta la energía mental, con repentinos sobresaltos ante estímulos menores. Además, las personas buscan inconcientemente signos de peligro y no atienden a señales que le darían seguridad.Los especialistas estiman que se da un TEPT (trastorno de estrés post traumático) agudo si los síntomas tienen lugar dentro de los 3 meses de los hechos, de inicio demorado si aparecen luego de más de 6 meses y crónico si dura más de 3 meses.
Todo esto altera la calidad de vida y la capacidad de adaptación, se “sobrevive” anclado en lo sucedido y no se pueden afrontar nuevos desafíos. Y son puestas a prueba las creencias básicas de la persona: si se considera invulnerable (“a mí no me puede pasar”); si cree que el bienestar depende sólo de uno mismo; o que todo es previsible y controlable, y si no lo anticipó, es culpable, y con eso daña su autoestima; o si posee suficiente aceptación de la realidad y tolerancia a la frustración… Para algunos, lo ocurrido ha sido definitorio y desde entonces parten su vida en dos: antes o después del trauma.
La base de los trastornos psicológicos (la rigidez de los obsesivos, el espanto de los panicosos, la dramatización de los histéricos, la inquietud de los ansiosos, la tensión de los fóbicos…) así como la de todos los conflictos humanos, son los miedos, habitualmente inconcientes. Y tienen una fuerza tal en la conducta, que algunos dicen que: “los miedos gobiernan el mundo”.
El miedo al miedo
El miedo humano es cualitativamente diferente del miedo del animal. Este no es conciente de su miedo, mientras el hombre se experimenta como sujeto angustiado o ansioso y puede hacer de su miedo, con sus sentimientos y su imaginación, un objeto de su reflexión, interpretarlo y asumir posición frente a él: reprimirlo, negarlo, desplazarlo, proyectarlo en otros. Lo puede transformar en ira, culpa, depresión, indiferencia, y provocar síntomas psicosomáticos que perturban la vida… Es capaz de experimentar miedo al miedo. Y puede hacerlo fuente de energía o de parálisis estéril.
En consecuencia: si en la vida normal se acumulan los pedidos de asistencia en los consultorios de psiquiatras y psicólogos y los clínicos ven la necesidad de derivar allí a muchos de sus pacientes ¿qué podemos esperar de las consecuencias de la actual catástrofe mundial? Si abundaban las claustrofobias y una variedad de otros trastornos en la vida normal ¿qué sucederá en una sociedad obligatoriamente enclaustrada? Si el miedo a la enfermedad y a la muerte es pan de cada día, ¿cuáles serán las consecuencias de un virus de alta peligrosidad y fácil contagio que se dilata en el tiempo? La Naturaleza no perdona y el virus no hace excepciones por cultura, región o clase social.
Acaso en nuestro medio abunda el miedo disimulado: se lo disfraza y la gente se refugia en las pantallas de TV. Aquí no vemos, como en Europa, agonizantes tirados por las calles o falta de los respiradores necesarios. Y la pandemia puede parecer un juego interminable de datos estadísticos: casi una competencia de cuántos contagiados, cuántos muertos, cuántos recuperados hay… Todo ello con la voz de locutores impávidos que con el mismo tono anuncian el número de muertos, una receta culinaria o un remedio para los piojos de los chicos. El miedo es “ electronificado” con videos y celulares para anular la angustia. Y los hechos son vividos con frecuencia más como una serie de Neflix que como una realidad.
La situación actual, aunque no se quiera, toca las fibras más profundas del alma humana. Se incrementan las vivencias de incertidumbre, angustia y desamparo. Nos reencontramos con nuestra vulnerabilidad, limitación, indefensión y orfandad. O nos damos cuenta que vivíamos con otros pero no los registrábamos.
A la pandemia seguirán colosales catástrofes económicas y conmociones sociales. Hay una gran fuerza emocional contenida. : ya no volveremos al mundo en que vivíamos hasta ayer, ¿cómo emergerá la nueva vida cotidiana?
La Historia comienza cada día y siempre nos depara sorpresas. ¿Es razonable pensar que acaso se derrumbe la dictadura del capitalismo financiero salvaje y que haya un incremento del sentimiento religioso? No es posible saberlo. Los hombres no somos los dueños de la Historia.